Caracas – En un pequeño estudio de Caracas, donde las paredes están llenas de cables, cuatros colgados, fotos de familia y un silencio sagrado que solo rompe la música, Yako Páez vuelve a escuchar una mezcla. Su oído busca detalles, su alma busca emoción. A su lado, un papel con un título tachado y una fecha escrita en lápiz: «Inscripción Latin Grammy 2025».
“Cada vez que subimos una canción a esa plataforma, siento que estoy enviando una carta al universo”, dice Yako con una sonrisa serena y honesta, de esas que solo tienen los que han trabajado toda la vida por un sueño sin garantías.
José Alberto Díaz Páez, mejor conocido como Yako Páez, ha inscrito en múltiples ocasiones temas producidos junto al cantautor venezolano Román El Ro al sistema de los Latin Grammy. Aunque la nominación aún no ha llegado, para él, cada postulación es un ritual, un acto de fe.
“Yo no hago música pensando en premios, pero tampoco puedo negar que ese reconocimiento sería un sueño cumplido. He visto los Grammy desde chamo… y en mi cabeza siempre estuvo la idea de que algún día, alguien como yo, que aprendió a tocar cuatro de oído en La Pastora, podía estar allí”, confiesa.
La historia de Yako es la de muchos músicos latinoamericanos que han construido sus carreras desde abajo, con más corazón que presupuesto. Pero hay algo en él que lo diferencia: una sensibilidad que trasciende géneros, una capacidad para adaptar lo popular a lo universal, y una lealtad inquebrantable hacia los artistas con los que trabaja.
Esa lealtad ha encontrado en Román El Ro un vínculo poderoso. Juntos, han desarrollado una química creativa difícil de explicar. “Román me manda una nota de voz con una melodía y ya yo estoy imaginando la orquestación. Hemos aprendido a leernos el alma sin hablar tanto”.
Canciones como «Vuelve a Creer», «La Voz del Otro Lado», o el más reciente «Mi Niña Está Creciendo», han sido inscritas oficialmente en diversas ediciones de los Latin Grammy, y aunque aún no han sido seleccionadas entre los finalistas, han recibido elogios en círculos cerrados de la industria por su propuesta fresca, sincera y profundamente emocional.
Para Yako, ese reconocimiento aún invisible ya lo siente en los mensajes de oyentes, en las lágrimas de un padre al escuchar una canción que habla de su hija, o en la complicidad del público durante un concierto. Pero también sueña, sin miedo ni ego, con que algún día escuchen su nombre en el escenario más importante de la música latina.
“No se trata de ego. Se trata de historia. De demostrar que un tipo como yo, que no estudió en Berklee ni tiene un estudio de un millón de dólares, puede hacer música que llegue al corazón y que esté a la altura”, afirma con firmeza.
Mientras tanto, Yako sigue trabajando. Con Román. Con sus hijas. Con nuevos artistas. Ajustando melodías, grabando voces, editando tomas. Cada proyecto es una nueva carta enviada. Y cada carta, una esperanza.
“El Grammy es un símbolo… pero mi premio real es ver cómo una canción cambia la vida de alguien. Eso ya lo vivo todos los días”, concluye.